Leyendo algunas noticias en un diario tailandés y blogs de expatriados con ya algunos años (aunque menos de los que dicen) viajando o residiendo en algunos de los países que conforman esta zona del mundo, parece haber unanimidad: Vivir en el sudeste asiático ya no es lo que era. Se perdió el exotismo devorado por la modernidad. El turista ya no es blanco y de ojos grandes: chinos e indios con carteras rebosantes de divisas abarrotan bares y barrios turísticos. Los precios ya no son los que eran, por culpa, dicen algunos, de los nuevos inversores asiáticos que apuestan su capital en el mercado inmobiliario. Las divisas locales no dejan de revalorizarse con respecto al dolar y al euro. ¿Se puede vivir con holgura aún en el sudeste asiático?
Aunque no es viernes no he querido esperar para dar mi opinión.
¿Es el fin del paraíso perdido? ¿Tendremos que buscar el próximo Shangri-lá en otro continente?, ¿quizás África?
PIB de los países del sudeste asiático
Por una parte decir que la mayoría de países que conforman el ASEAN, mercado único o unión económica supranacional de los estados del sudeste asiático, crecen a ritmos brutales desde hace unos años. Empujados por el desarrollo imparable de China que ha convertido a estos países en destino de sus inversiones y una liberalización paulatina pero imparable de sus economías, el PIB de estas naciones no para de crecer, lo que redunda en un aumento del nivel de vida, de los precios, modernización de infraestructuras y lo que a tantos turistas y expatriados nos duele más: la perdida de todo aquello por lo que vinimos por primera vez a esta zona del mundo y que nos entusiasmo: su exotismo y bajos precios.
Egoísmo o nostalgia del paraíso perdido.
Hay países que desde hace ya muchas décadas no solo abandonaron el tercer mundo, sino que han adelantado a naciones occidentales en niveles de bienestar económico y riqueza: todos sabemos de Singapur, paradigma del capitalismo y modernidad en Asia. Mi querida Kuala Lumpur, que fuera para mí puerta de entrada al sudeste asiático se ha convertido en algo parecido a su hermana del sur, perdiendo la mayor parte de su encanto.
Bangkok y gran parte de Tailandia no escapa a estos mismos cambios. Hordas de turistas chinos, coreanos, japoneses e indios atestan las zonas de ocio. Los occidentales hemos descubierto que no somos tan atractivos a ojos de las chicas locales, al menos de las de pago. Los bolsillos repletos de baths han trasmutado en apuestos adonis a los pequeños y chillones turistas asiáticos. Comer por 1$ se está volviendo en una quimera, la cerveza y los combinados alcanzan precios occidentales (en muchos lugares) y el coste de los inmuebles es prohibitivo.
Algunos clubes o bares, como el vetusto y bien conocido por el occidental en busca de cariño: Thermae (antaño poblado de mujeres de origen isaan y donde muchos pasamos grandes momentos) se han convertido en guetos repletos de asiáticos (chinos, coreanos y japoneses). Las chicas, más blancas y del gusto de estos turistas ya ni te miran. ¿Para qué hacerlo?, prefieren la caza mayor.
cOMIDA CALLEJERA. STREET FOOD.
En el particular caso de Tailandia la situación es si cabe más sangrante desde la llegada al poder de la junta militar, blanqueada además por las últimas «elecciones». Desde hace ya algunos años se intenta acabar con uno de los iconos turísticos más reconocibles y queridos para el occidental de la capital del Siam. Las terrazas de comida callejera que surgen aquí y allá a lo largo y ancho de la ciudad y que forman parte de su paisaje urbano van desapareciendo.
Sukhumvit, Siam, incluso Khaosan rd. se han visto despobladas de esos pequeños puestos de comidas con mesas y taburetes de plástico que permitían degustar a cualquier hora los más exquisitos platos por unos pocos baths.
Con la excusa de dejar libres las aceras para el tránsito de peatones y en pos de un entorno más limpio y salubre, los humildes chefs callejeros han sido reubicados o simplemente expulsados del negocio. Muchos de ellos eran capitalinos de clase humilde. Otros, ciudadanos llegados desde el entorno rural en busca de unos ingresos extra. Todos ellos se han visto privados de su fuente de ingresos y los turistas de ese Bangkok del que estábamos enamorados. A las autoridades les importa un pimiento en su camino hacia un modelo singapurense de calles inmaculadas y puestos de comidas concentrados en los llamados «hawker centres». Detrás de todo ello me aventuro a especular que deben de haber intereses inmobiliarios. Condominios financiados con capital chino surgen aquí y allá donde antes pequeños edificios de fachadas atestadas de cables, puestos de comidas y humildes bares daban carácter a la ciudad.
Vivir en el sudeste asiático sigue siendo una experiencia única.
Todo esto que comento puede ser solo un berrinche egoísta. ¿Qué esperaba? El mundo cambia, y estas gentes tienen derecho a enriquecerse y lograr niveles de vida parejos a los estándares occidentales. Mucho me temo que esta riqueza no llega a todos por igual, pero finalmente irá filtrándose a todas las capas de la sociedad.
Aún así, aunque el proceso es generalizado, no afecta en igual medida a todos los países.
Otros paises
Vietnam sigue siendo un país barato, seguro, exótico y con una vida nocturna que sin ser tan canalla como la de Tailandia no desmerece a la de su vecino.
Se pueden alquilar apartamentos por algo más de 100€ en zonas humildes y la cerveza es la más barata del sudeste asiático. El entorno natural es absolutamente precioso y el humano para mí el mejor. Gentes abiertas, simpáticas y extrovertidas.
Camboya es como Tailandia hace treinta años. Bien, aún son palpables la pobreza y las desigualdades sociales. Todavía es visitada por mucha gentuza con oscuros propósitos. La seguridad no es la misma que en otros países, pero no se puede tener todo. Si buscas un ambiente lo más parecido al que se encontraron los pioneros que llegaron a vivir al sudeste asiático múdate a Nom Pen Incluso mejor a Myanmar (Birmania). Este país será probablemente el último en perder su identidad aunque aún es un reto el establecerse allí o incluso el hacer turismo.
Filipinas es quizás el país más bello en lo relativo a su entorno natural. Eso sí, sigue siendo muy inseguro y con ratios de criminalidad muy altos. Indonesia, al contrario, es un país seguro y barato, pero con una gastronomía que a mi no me termina de gustar mucho y una vida nocturna no muy excitante.
En Kuala Lumpur aún se pueden encontrar alquileres razonables: apartamentos a unos 250$ mensuales, aunque la bebida es extremadamente cara y el exotismo decreciendo con rapidez. Tampoco son los malayos capitalinos de una simpatía desbordante y la vida nocturna va decayendo con los años. Eso sí, la comida sigue siendo barata y deliciosa.
En resumen, si la depreciación de nuestras divisas se detiene o decelera aún quedan años para poder emigrar a estas tierras, disfrutando de unos precios al alcance del occidental medio y de las experiencias que los primeros expatriados vivieron décadas atrás.