Son los anglosajones un pueblo aventurero y viajero. Envidio la predisposición genética de estas gentes para cambiar de aires y colonizar los rincones más recónditos del mundo. No hay sobre la tierra lugar sin un pub inglés en el que desayunarte con unos de esos horribles platos de habichuelas, tocino, huevo y tostadas. Bares en los que compartir cerveza con otras caras pálidas y sonrojadas viendo un partido de fútbol o rugby en la televisión. Pero hay algo que no envidio de estos súbditos de su majestad. No me gusta su incapacidad, o quizás interés, para relacionarse con los nativos, aprender su idioma y disfrutar como expatriados de un estilo de vida que les es ajeno.
Con el termino anglosajón me refiero a británicos y a sus descendientes blancos de Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, USA, Canadá (los british» blancos de ultramar). Me tomo la licencia de utilizar el termino en este sentido reducido y particular.